Las noticias cuentan que por estos días hay una gran “afluencia” (palabra usada solo por funcionarios) de turistas en toda la provincia.
Entonces la pregunta surge como alguna vez, como siempre: ¿qué le ven a Mendoza en enero?
Con 38º de temperatura, un Zonda silbando bajito, el sol pegando como nunca y haciendo al cemento humear -que pisan los que están de vacaciones y los se quedaron trabajando- a lo perezoso, haciendo de cuentas que el sistema no funciona. Con ese panorama, igual, vemos gente paseando por Mendoza.
Y no me digan que es el Aconcagua porque el hombre no solo vive de la montaña (que pocos la suben atesorando la hazaña).
La ciudad es un infierno de puestos de frutas maduras, naranjas pasadas y bananas oscuras. La alegría se asoma cuando vemos las uvas.
Y si muertos de sed estamos, entraremos a un kiosco para tomar algo. Bajo el control del vendedor, de la mirada inquieta, deberás revolver buscando bebidas frescas que -por supuesto- no habrá ni ahí ni más atrás de la heladera.
¡Todo cuesta esfuerzo! Nos volvemos modo lento. Arrastramos las penas del Año Nuevo en largas filas para pagar, para comprar, en el bar, en el “restorán” y hasta para un chequeo.
Al mediodía cruzando la plaza, bajo la sombra poco frondosa de una planta, un chico guía reunía a un grupo de turistas. Y en un inglés simpático hizo su descargo: “Estamos aquí en Plaza Italia” "¿Qué?" -pensé cuando pasaba- "¿de verdad quieren conocer, a esta hora, la plaza? Casi les grito "¡Corran buscando guarida, que ni el verde es tan verde cuando las baldosas arden y la fuente transpira!" Si lo único fresco que ofrecía ese día, era la pintada de “Viva el agua” que una pared decía.
En serio ¿qué le ven a Mendoza en enero? El agua que no tenemos? ¿la que no llueve ni calma, ni inspira? O será lo que nos jactamos de poseer el vino que bebemos, aunque caro lo paguemos... Tampoco, ustedes, turistas, van a estar diez días tomando nuestra bebida. ¿Acaso, alguien va a Brasil solo por la caipirinha?
La provincia es grande y de maravillosos lugares. Nos cuentan sus proezas los que se dedican al tema. Cada fin de semana un político, con esto se alegra. Y otra vez aparece la palabra “afluencia” para decir que hay gente visitando estas tierras. Hacia el Sur se fueron algunos, otros quedaron en el Valle de Uco, el Este tiene su encanto, el Oeste el más visitado y por el Norte, entran los que gastan a cuenta, mientras escribo estas líneas para que alguien las lea.
Los mendocinos estamos orgullosos de eso, pero a veces no alcanza para sentirnos plenos. La ciudad por momentos parece vacía. En las esquinas no están ni los que piden propina; ni el malhumorado que se pega a la bocina. En las noches no hay música ni espectáculos a la vista. Los teatros están cerrados y los bares, con cortinas. No hay cine, ni programas, ni lugares con entrada gratuita. La cultura parece un poco dormida. Y como adivinando que no los necesitan, nuestros artistas juegan a las escondidas.
Pareciera, entonces, no ser suficiente el paisaje y el vino para aclarar lo siguiente, que sin hacer planteos de adolescente o que sea esta rima algo irreverente, es necesario saldar el misterio urgente, que me digan de verdad, que le ven a Mendoza en enero, la gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario