martes, 2 de marzo de 2010

Cosas... que pasan

Son tiempos difíciles, la calle está dura y la gente que me rodea anda de mal en peor. Avizoro cambios porque esto puede terminar mal.
Será tal vez que le pongo mucho empeño a lo que hago o que solo es una mala racha, una tormenta ligera que debo esperar a que pase.
Tengo clientes que los llamo jefes, presto mis servicios, en realidad los cobro y por un puñado de monedas hago mi trabajo.
Pero últimamente los “jefes y yo” estamos bajo un cono de sombra y a pesar de los momentos en que el optimismo me ataca y pienso que esto también pasará, esta vez creo que debo cambiar de rubro ya que hace un tiempo que las cosas no salen como deben.
¿Será que me involucro demasiado? Da igual, ellos no lo advierten, exageré el respeto por ciertas reglar, como no llorar ni expresar sentimientos, ellos la cumplen y yo hago lo mío luego me pagan y me voy hasta la próxima. Los muchachos ignoran el motivo de su desgracia, a cada uno la suerte lo ha abofeteado hasta dejarlos tirados en el suelo. No soy yo, pero me arrastran con ellos y sus cuitas pasan a ser las mías y el negocio cae entre otras cosas.
Un buen día de verano uno de ellos desapareció, cumplió con la vieja expresión la tierra se lo tragó, claro que haciendo alguna salvedad no se lo tragó pero estuvo cerca. No supe nada más de él. Vive, pero ignoro como lo hace. Mi cobardía es suficiente como para no querer saber que hace ahora con su vida, simplemente no tengo más comunicación.
Otro “jefe” se animó a un negocio, estaba seguro que funcionaría, el tipo perdió tanta plata que se escondió en la montaña y a veces con suerte cuando tiene señal llama para saludarme. Por el tono de su voz creo, que solo el pronunciar mi nombre le provoca una gran angustia y uno de estos días usará la soga que compró en el almacén. Otra vez mi cobardía pide que si llega ese momento que no sea mi número el último que marque.
Dentro de esta cofradía que veo como se evapora, hay un tipo que ha cambiado su comportamiento y me asusta, no es el mismo de antes. Este “jefecito” callado, quieto, resignado y melancólico hace un tiempo no para de gritar, el hombre quiere de una vez por todas que el mundo se entere de que existe y que hace lo que hace. Está apurado, ansioso como si fuera poco el tiempo y quiere hacer todo lo que no hizo hasta ahora. No es malo, pero obviamente y como siempre pasa en estas cosas, sus tiempos no son los míos.
Avatares de la profesión
Viendo el panorama, mi cabeza comenzó a pedirme que hiciera algo. Me tiré el lance y fui a lo de un amigo. Un malandra con título, un poderoso, esos que es mejor que te deban un favor y no deberles. La desesperación por salir de esta oscuridad, hizo que tomara todos mis recaudos y como una fiel servidora dispuesta a todo le planteé que quería otro oficio.
Ningún problema, dijo, tengo algo para vos. Lo rápido y generoso del ofrecimiento, hizo tambalear a esta humilde dama. Con esa sorna a la que ya estoy acostumbrada, el tipo me apuró mal:
¿Y qué decís?, venís por limosna y mirá con lo que te espero! Eso sí, sin “pruritos” -me dijo el insolente-
El julepe fue demasiado, hace tiempo que no salía disparada así de un lugar.
Esa palabra que jamás me habían dicho quedó grabada en mi mente, no sé qué quería decir solo que era como un lárgate antes de que lleguen, eso sí lo entendía.
Llegué a mi casa y en el fondo del armario entre la ropa que no usaba estaba el diccionario. Como pude busqué el tremendo insulto Prurito: “Deseo persistente y excesivo de hacer algo de la mejor manera posible… el infeliz me prohibía desear hacer las cosas bien, me desparramé en el suelo con la tranquilidad de ver todo con claridad. Sonreí al pensar que no fue tan malo lo que me dijo y que sin querer me había dado una mano para salir adelante.
Como esas noches de fiesta, me serví una copa de vino y me dormí, soñando que las cosas cambiarían con todo el prurito del mundo.