jueves, 25 de junio de 2009

Michael Jackson (1958-2009)

Hoy 25 de junio del 2009 murió Michael Jackson, el Rey del Pop como lo bautizara su amiga Elizabeth Taylor, y esas palabras lo dicen todo. Porque reinó siempre, fue brillante en lo que hizo. Y estas noticias hacen indefectiblemente que me traslade a esos años, los ochenta donde crecí escuchando su música que sorprendía cada vez más. Donde la adolescente que fui esperaba ansiosa el programa de los sábados a la tarde para ver con que nuevo videos nos abría la mente.
El tipo era un visionario a tal punto que hace años que él ya usaba barbijo. Para los que nos gusta los recitales, sabemos que él fue quien instaló claramente lo que es el “concepto de show”, después todos hicieron lo mismo. El laser, las luces, un guión las coreografías, sus bailes y esos videos tan espectacularmente hechos con la toda la tecnología del momento, naturalmente innovador. Solo él pudo hacerlo.
El mundo lo recordará como un gran artista, completo, adelantado, inteligente, hábil pero también y como condición para que exista todo lo anterior, un hombre controvertido, complicado, infantil y con dudosa vida personal.

A los cincuenta años, Michael reprogramó su gira de despedida, Londres no podrá verlo y el mundo le dirá adiós.
Estos días, veremos una y otra vez sus videos, escucharemos su música, y los ochentosos acompañaremos con una sonrisa por haber vivido los momentos de sus inicios, de sus creaciones, para los otros será un buen momento para redescubrirlo.
Los grandes, los que trascienden cuando se van dejan siempre un gran legado. Su música es parte de la historia y de nuestra historia también.

lunes, 22 de junio de 2009

No me esperes… voy al dentista

¿Hay algo peor que ir al dentista? Si, que sea mujer y se dedique a los niños.
Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde…
Sentada en ese maldito sillón atada sin estarlo, con la luz cegándome por completo, me hizo abrir la boca. Recién ahí, con todo el escenario preparado comenzó el interrogatorio.
Porque es justamente en ese momento cuando empiezan a preguntar sobre tu salud bucal.
Entonces mirando a mi alrededor entre guardas con patitos y dibujos de otros pacientes que no se que fue de sus vidas, la dueña de la situación hace las preguntas.
-¿hace mucho que no te tratás las muelitas?
- hi, bag majo meno
-a ver mi amorcito, acá hay “cariecitas” voy a tener que arreglar, ¿sabe mivida?
-ahaghh
Mi amorcito, muelitas… comienzan a ponerme nerviosa, para relajarme trato de entregarme a un juego imaginario, y poder pasar ese momento lo más rápido posible.
Pienso que tengo ocho años, que mamá está esperando afuera y me dará un premio por portarme bien con esta buena señora. Sonrió porque seguramente la doctora de los dientes después de ponerme “el agüita dormilona” me regalará un globo hecho de su guante.
Dura poco esa regresión mental, la profesional de los niños, interrumpe su dulzura y asegura que soy fumadora!
-Bueno una limpieza también tendremos que hacer. ¿Sabe, mi tesorito?
A estas alturas ya no le contesto, no me prendo más en el juego, solo quiero salir de esa sala extraña pronto a la calle, que a pesar de ser Mendoza, creo firmemente estar a salvo allá afuera.
No sé como caí en sus manos, pero quiere que la vuelva a ver, casi no puedo contestarle. Me atontó demasiado con la anestesia, puso como para que tenga y pasará varios días hasta que vuelva sentir mis labios, cierro la boca para dejar de balbucear y apretando una gasa me escapo de la tortura que acabo de vivir.

No fueron sus herramientas, ni su sillón ni la luz acusadora lo que me dio miedo. Fueron sus palabras, la forma de tratarme, los dibujos colgados en la pared, las guardas con los patitos, el olor a frutilla mezclado con antiséptico y la letanía obligada de enseñarme a lavar mis dientes, dedicándole la módica suma de diez minutos tres veces al día.
Su forma de actuar fue tan natural que me provocó más angustia, no daba para decirle que ya soy una mujer adulta que no puede explicar como cuernos terminó sentada allí.
No quería ofenderla, a los mayores hay que respetarlos.

lunes, 8 de junio de 2009

Para los que están pensando comprar la Wii



Forget it!

Fuente: Bruno

La otra vecina

Debo admitir que no me caracterizo por ser muy sociable, le escapo a las multitudes y reuniones con mucha gente. No tengo muchas amigas ¡pocas… pero buenas!
Trato de moverme socialmente con una cierta simpatía, que a fuerza de los años he podido adoptar.
Pero todos mis esfuerzos, hacen agua en las relaciones con mis vecinas,ya hablé de la primera ahora se va la segunda.

Con ella tenemos casi la misa edad, es unos años mayor y... se nota, pero no es el tema ahora. El punto es que cuando comparto en encuentros ocasionales, algún tema de conversación, tarde o temprano salgo averiada.

Temas hijos: ¿quién no habla con otra mamá de sus hijos? Llega el frío, se enferman y el típico comentario que hace una muchacha como yo:
- tengo al nene en cama, lo llevé al médico y le dio antibióticos así que en unos día se mejora. Entonces mi vecina, con un aire de desprecio impensado me dice: mirá yo de eso no se nada, porque nunca llevé a mis hija al médico, jamás le doy remedios, los curo de manera natural, estoy en contra de todo eso, y me resulta porque son sanísimos jamás gasté en un remedio.
Ja! ¿y ahora? como una tarada me voy ¿qué puedo decir después de semejante confesión?

Tema hermano: varia veces me habló de su hermano, ya que él se dedicaba a viajar por el mundo y tenía las más variadas aventuras, que ella orgullosa contaba. Un día en la web encontré una nota donde su hermano, narraba sus experiencias. ¡Esta es la mía!, pensé voy a mostrárselo y sumo puntos. Cuando leemos la nota, habían comentarios de la gente, en voz alta y más orgullosa que ella, comienzo a leer los comentarios, el primero y fue suficiente. Juan de la Calle : Ehhh que boludo este tipo, como se nota que no tiene nada que hacer!
Bueno… , siempre hay desubicados en estas cosas, le dije balbuceando.
De un empujón se levantó y se fue.
¿Quién me manda? ¿Qué tengo que mostrarle? Pensaba mientras releía la reflexión matadora con la que yo estaba totalmente de acuerdo.

Tema salidas: este no podía fallar, una simple pregunta de ¿viste la última película de… y no me dejó terminar la frase, “no me gusta el cine" y cerró el intento ese día.

Amigos en común: hablando con un amigo, resultó que habían sido compañeros en la facultad, entonces con toda la dulzura que recordó esos momentos vividos, me pidió que le mandara saludos. Sin duda, hay una parte que a mi amigo se le perdió o no se dio cuenta. Porque cuando fui a llevarle su mensaje, la cara de odio de mi vecina me asustó. Y después de sufrir por varios minutos, ya que no lo recordaba, cuando le vino la imagen del compañero casi me mata, otra ves la humillación a flor de piel.
Y otra vez yo metida en el medio de sus momentos desagradables.
-Bueno, está bien cuando te acuerdes de mi amigo, ¿te manda saludos sabes?

No hay formas de caerle bien a la vecina del otro lado, no tengo “feeling”. Así que me limitaré a saludarla educadamente y me entregaré a la asesina que si me clava un puñal por lo menos me sonríe. Al fin y al cabo es lo que cuenta en estas épocas.

martes, 2 de junio de 2009

Sara

Un día de vida es vida
Cuando despertó, sospechó que no era un día más. Señal poco común en su existencia de cincuenta y dos años. Porque si de algo estaba segura, era que a su vida la había llenado de días todos iguales y comunes.
Se sentó en la cama y sonrió mientras pensaba, era domingo- sería eso se preguntó, sacudió el pensamiento de su cabeza. Pero esta sensación la hacía sentir distinta. No era felicidad, ni tampoco la angustia dominguera a la que creía ya haberse acostumbrado.

La rutina de los domingos iba a romper esa ansiedad con la que amaneció y terminar con esas insinuantes torturas, que sospechaba la iban a molestar por varias horas.
Se levantó y fue a la cocina, no tenía ganas de desayunar, desde que su madre murió, las mañanas eran demasiadas vacías como para atiborrarlas con café y medialunas, el simple vaso con jugo le pareció un atracón poco tentador. Volvió a sonreír, como dispuesta a gastarse una mala jugada. Es que no solo las mañanas habían cambiados desde la muerte de la anciana, todo era distinto, las noches, las tardes…
Solamente las horas en la oficina la hacían olvidar por un momento, que al quedar sola ya no tenía más nada que hacer en este mundo.
No tenía razón por que vivir ni a quien cuidar, la ausencia la había perjudicado más de la cuenta. No la extrañaba, la necesitaba, para llenar sus días, porque desde que recuerda lo único que hizo fue cuidar y atender a su madre. Hasta que un día, cuando tenía treinta y cinco años, vio a Carlos, el hermano mayor en un acto que jamás permitieron que lo olvidara, entrar por la puerta del patio y con gesto del padre que nunca conoció, la mandó a hablar con su contador, ya que le debía favores, entonces iba a darle trabajo.
Desde ese momento, Sara le debía el favor a su hermano. Otra vez interrumpió sus recuerdos ¡vaya que día que voy a tener! - pensó- se va volver insoportable estar conmigo-

Con mucho fastidio buscó las carpetas de la oficina que la habían tenido hasta la madrugada ocupada en los balances. –Tenés todo el fin de semana para hacerlo dijo el jefe, antes de irse y reiterando la pregunta de todos los viernes ¿no me digas que has hecho planes? soltando una carcajada que hacía reventar los vidrios del edificio. Así, cada semana, Sara escuchaba la misma frase salir de la bocota de su jefe.
Lo miraba furiosa, era desagradable con todos, pero con ella especialmente, como si nunca hubiese querido que trabajara en su oficina.
Llevaré las carpetas ahora, por las dudas que mañana no pueda ir, el imbécil las tendrá en su escritorio.
Pero… ¿por qué razón faltaría a su trabajo? se sorprendía cada vez más con las cosas que se le ocurrían, además un día sentirse distinta estaba bien, pero no podía permitir que volviera a pasar.

Fue a vestirse, para ocupar su mente en elegir la ropa y no seguir con esto que comenzaba a molestarla. Se paró frente al armario y sin querer abrió la puerta que tenía la ropa de su madre, la miró por un momento es una señal, pensó. Se asustó, nunca había sentido miedo por esa muerte que ahora, colgaba en las perchas.
El olor a viejo, a remedios que hacía tiempo no sentía, le provocó una nausea desgarradora, llegó a doblarse del dolor y cayo de rodillas.
Definitivamente, este no es un día más –susurró-

Salió a la calle, comenzó a caminar, nerviosa como siempre pero esta vez con otro motivo, no las miradas de los vecinos que la atormentaban -eso la hizo sentir un poco más libre-
Desde siempre, cuando salía le pesaban los pies, caminaba en cámara lenta sentiendo la lástima de todo el barrio. La miraban como si pasara un fantasma, un cuerpo desnudo y vacío, el camino se tornaba interminable, y sin poder evitarlo bajar la cabeza la convirtió en una sombra que no tenía contacto con los demás. Apenas saludaba alguna amiga heredada de su madre, que por no dejar mal a la difunta, le devolvía el saludo con una simpatía que no era propia.

Los papeles de la oficina la sostenían mientras caminaba, se aferraba a esos libros como un bastón, y se dio cuenta que no era la primera vez, que se llevaba el trabajo a casa, que por algún motivo siempre abrazaba esos apuntes para poder caminar.
Hasta creyó en un momento que si los soltaba no iba a poder seguir. Caminó un par de cuadras y escuchó las campanas, ir a misa y después dejar las cosas en la oficina era un buen plan para esa mañana.

En la iglesia, se sintió un poco mejor, nadie notaba su presencia provocándole un placer memorable. Recordó cuando llevaba a su madre en silla de ruedas para comulgar y que ella también lo hacía, para complacerla. Sin confesarse, ¿qué pecados podía tener?

Después, cuando iba sola, siguió comulgando, tal vez por costumbre unos domingos más, luego dejó de hacerlo, no tenía ganas.
Se apresuró para salir de allí, atropellando a un viejo conocido, que la miró como si estuviera loca, uno más que está en lo cierto, se dijo.

Nadie la corría, pero hacía las cosas con prisa. Abrió la oficina y otra vez tuvo nauseas, aunque el olor a cigarrillo mezclado con el perfume barato que el cerdo de su jefe arrastraba con él, descomponían a cualquiera.
No estaba, pero su hedor era tan fuerte que faltaba escuchar los gritos que despertaban a todos cuando ella traspasaba esa puerta.
Dejó las carpetas tiradas en el escritorio, pensó en escribirle un mensaje pero las groserías que se le ocurrieron harían despedirla inmediatamente y no era la forma que había imaginado, no por ella, sino por su hermano que tan gentilmente, era el dueño del único gesto de afecto que ella recordaba, presentarle al contador maloliente y borracho.
Apagó algunas luces, seguramente prendidas desde hace dos días, cerró las puertas, miró por última vez el edificio, murmurando -me va a extrañar, estoy segura.

El mediodía estaba terminando, camino a su casa, el ruido de familias preparando la mesa la persiguieron todo el tiempo y el amasijo de aromas de las comidas, eran el único aire que respiraba. Abrió la puerta y se paralizó. comenzó a transpirar y tenía palpitaciones. -Estoy viva, dijo en voz alta, no hay de que preocuparse.
No tenía hambre, las nauseas de la mañana le habían dejado un dolor agudo en el estomago, repasó lo que había comida el día anterior y no encontró la causa de ese mal.
Un té y una siesta eran el aliciente perfecto para poder descansar en paz.
De manera automática, sin pensar, preparó la taza con la bolsita que había comprado hace un tiempo. Calentó el agua y buscó un calmante por las dudas que le dieran ganas de vomitar, no quería levantarse para eso.

Dejó que se enfriará un poco para tomarlo. Por fín llegó el momento: había decidido por primera vez que hacer, la excitó sentir que era dueña de su vida, que podía hacer lo que quisiera, actuaba sin pensar y eso le daba fuerzas. Entonces lo bebió, rápido para no caer como tantas veces, en el arrepentimiento humillante.
Buscó una frazada por si le daba frió y se recostó.
Antes de cerrar sus ojos, la inquietó imaginar que pasarían varios días hasta que alguien la encontrará, volvió a sonreír, ¡que importa, era el día y no podía dejarlo pasar!