miércoles, 15 de junio de 2011

Sin pena, Gloria cumplió años

Había aprendido a no odiarlos, desde hace unos años le daba igual. Cumplir años no le quitaba el sueño y vivir ese día con la firme intención de pasarlo, ya le era suficiente.
El día llegó, uno más pensó, 52 se dijo apretando los dientes.Estaba más fuerte que nunca, entonces como muestra de coraje, de las últimas en su vida, llamó a dos viejos amigos, para que fueran a visitarla.
DE esos clientes que duran toda una vida y no fallan casi nunca. Se levantó temprano y ventiló la pieza permitió que, por lo menos, ese día entrara el sol. En un derroche de festejo puso mantel y lavó las copas, las tres que necesitaba. Buscó buen vino y miró la botella con desprecio, como se miran los regalos que no interesan de quien venga. No tenía la menor idea quién se la regalo y no hizo mucho esfuerzo por recordar, seguramente fue parte de pago de algún momento vivido. Nada del otro mundo, algún tipo roñoso que completó la paga con la bebida.
Faltaba música, puso la radio, no tenía ganas de escarbar en la cómoda los discos que la hacían llorar, además ya era la hora y los invitados estaban por llegar.
Se miró por última vez en el espejo, como en las viejas épocas se perfumo, con la absoluta certeza que esta vez, nadie lo apreciaría.
Escuchó los pasos, sin disimular la ansiedad por ver a alguien, abrió la puerta antes que golpearan. Los dos amigos, como viejos conocidos, estaban frente a ella. La saludaron con un tibio beso y los alumnos a coro le desearon felíz cumpleaños.
Pasaron y se acomodaron en unas sillas que estaban en el centro de la pieza. Conocían el lugar como la palma de la mano, pero no se percataron que estaba ventilado, ni siquiera miraron el mantel. Una falta de cortesía ya que no estaban elegido al azar. Hubo cientos como ellos, mejores y más buenos, pero eran partes del pasado. Los presentes tenían algo en común, esta mujer fue la única en sus vidas. Algo que a la dama en cuestión nunca le importó, pero por alguna razón quiso verlos después de tanto tiempo.
El màs viejo, había debutado con la cumpleañera, hacía tanto que no daba para nostalgia y mejor no recordarlo. Había que acostarse con ese tipo tan raro, rebuscado, oscuro, lleno de odio, pobre y sucio pa’ completar el cartón.
El más joven, acusaba los cuarenta de edad, alguna tarde le había confesado que ella fue la única. En un momento de su vida, se percató que no solo le bastaba con ponerla. Siempre le recordaba que iba a visitarla porque en la pensión estaba aquel muchacho que lo perturbó muchos años. Con los años se le dio pero también le dieron. Había sufrido los peores vejámenes y estaba desilusionado de las putas y de los putos. Solo acepté venir porque era su onomástico le dijo el atrevido. Ella lo acarició, una vez más, como lo hacen las madres y lo besó en la frente.
El sucio se reía, y ya pedía más vino. Siempre igual vos eh? Le dijo la dama de honor. -No mi Reina, la gente cambia, mírate vos sino, y largó la carcajada, esa que la hacía estremecer aquellas noches y ésta también.
No había más que festejar, se acabó la bebida se acabó el cumpleaños. Los dos como vinieron se fueron.
Cerró la puerta, con la firme decisión de seguir viviendo, y dejó las copas en remojo. Se fue a dormir, sin bañarse y eso la alivió. Siempre supo que su vida no tendría un buen final.
Esa noche no pensó en morir, para eso habría tiempo. Rezó su frase preferida “mañana será otro día” le gustaba mentirse cada noche, durante mucho tiempo lo hizo, por qué dejar de hacerlo ahora.