jueves, 14 de octubre de 2010

Bienvenidos al tranvía

¿Todos los días lo mismo? ¿Cansados? ¿Problemas en el trabajo? ¿Las calles cortadas y la salud de paro?

No se preocupe: péguese una vuelta en tranvía. Los problemas seguirán igual pero usted ya no será el mismo.

Pruebe, por gusto nomás, una de esas tardes de primavera que nos regala octubre, desafiando a tanto pronosticador estrella.

Pruebe uno de estos días subir al tranvía.

No hay condiciones pero las inventamos: Dejar los problemas colgados de lado; subir con todo el tiempo como un desocupado; manejar cámaras digitales para ver sonreír a los ocupantes y no tener rumbo fijo por si surge un imprevisto.

Abstenerse los de carácter violento, mujeres con niños y hombres con sombrero. Sentir admiración por nuestros ancianos, esos que suben y bajan cada vez más despacio.

No hace falta nada más para subir al tranvía, luego todo sucede como en clase turista.
Turista feliz que se sienta esperando a que le muestren la ciudad marchando.

Entonces lo nuevo atrapa, el aire se instala en mi cara, y comienzo a sentir el aroma de las casas y en cada esquina hasta me parece que suenan campanas.

El recorrido es simple: son 32 cuadras y 14 vueltas tiene la jornada.

Las Heras es la calle de las sorpresas; la gente saluda y algunos se besan. Un contingente de existentes turistas levanta los brazos para que le toquen bocina; el chofer les sonríe y, curado de espanto, cumple con la rutina (no es para tanto…). Vaya uno a saber que les habrá hecho para que ese montón de gente le tenga respeto.

Llegando a la Peatonal nos quedamos mirando como las otras personas detienen su paso y miran las chicas que corren sin tiempo luciendo carteras que no va con la vestimenta. Todos las miran y yo también, pero soy turista y más feliz que Montaner. Alguien grita y asusta a un policía que se tira el café sobre la camisa. El desubicado gritón irrumpe la calma es que su mujer llevaba la plata. Las chicas se pierden; nosotros seguimos y los gritos se callan. No olvido el cartel: “Dirección de Turismo”.

¡Qué linda Mendoza con gente en los bares! Colón es la calle y todos de traje.

Después, por Belgrano, seguimos paseando. Es raro ver vías desde un tranvía, pero no hacemos caso. Ya estamos terminando. Pagamos un peso que ya está cobrado. Bajamos felices porque para un rato. Yo vuelvo a la vida; él sigue soñando.

No hay más que contar; sólo fue una vuelta; sentirse distinta fue una proeza. Bajo a encontrarme otra vez con las penas. El doctor tal vez me recete otra vuelta.

Maldigo el momento que rimé vida y tranvía; después fui una esclava de escribir estas líneas. Quisiera algún día encontrar a Sabina pero estoy más cerca de la vedette de mala vida.

No creo que esto pueda ser publicado. No es digno de eso ni de comentarios.

viernes, 8 de octubre de 2010

Convivencia (para el club)

Me gustaría afirmar que no soy para nada romántica, y les digo que ya estamos mal si comienzo aclarando lo que no soy.
Es que escribir sobre una palabra que solo me dispara emociones y frases comunes, muy comunes, hace que tenga ciertas críticas y deba aclarar que mi sensibilidad a veces me incomoda.
Convivencia,esa es la palabra que no puedo dejar sola. Entonces como una imán se liga con las otras, sus socias: amor, tolerencia, comprensión.
Convivir para mí es dialogar, es comprender, es tolerar, es aceptar. Una catarata de palabras, una más “bonita” que la otra. Tener una felíz convivencia, convivir en paz, “saber” convivir forman la dupla perfecta, digna de mencionar. Y todos esos vocablos tienen que ver con el amor, y aquí es donde aparece lo que no se explicar. Las emociones, las sensaciones, lo bueno, lo malo, la enfermedad, la salud, todo aporta, suma para engordar a la apetecible convivencia.

¿Qué la puede opacar y dificultar? la “difícil” esa que también encaja con fuerza y se encastra hasta la médula. Como una fiel compañera se une para formar las desagradables frases: una “difícil convivencia” que generalmente lo acompaña el “después”, si “después de una difícil convivencia” él se marchó, ella murió. No soportó esa difícil convivencia y lo abandonó.

La rapidez con la que cambiamos el sentido de la palabra, al pronunciarla se nos vuelve agria la boca.
Pero queda bien, se ajusta a ser injusta. Como si fuéramos nosotros los encargados de cambiarle el significado, abruptamente podemos transformarla en algo espantoso. Donde no hay amor, ni emociones mucho menos comprensión. Nosotros como artesanos podemos moldearlo todo y trabajar para derribarlo.
Acabar con la convivencia, enterrarla, desterrarla.
Lo hacemos, pero no sabemos que lo hacemos. Entonces tranquilos,la mayoría no somos conscientes de eso.