Me gustaría afirmar que no soy para nada romántica, y les digo que ya estamos mal si comienzo aclarando lo que no soy.
Es que escribir sobre una palabra que solo me dispara emociones y frases comunes, muy comunes, hace que tenga ciertas críticas y deba aclarar que mi sensibilidad a veces me incomoda.
Convivencia,esa es la palabra que no puedo dejar sola. Entonces como una imán se liga con las otras, sus socias: amor, tolerencia, comprensión.
Convivir para mí es dialogar, es comprender, es tolerar, es aceptar. Una catarata de palabras, una más “bonita” que la otra. Tener una felíz convivencia, convivir en paz, “saber” convivir forman la dupla perfecta, digna de mencionar. Y todos esos vocablos tienen que ver con el amor, y aquí es donde aparece lo que no se explicar. Las emociones, las sensaciones, lo bueno, lo malo, la enfermedad, la salud, todo aporta, suma para engordar a la apetecible convivencia.
¿Qué la puede opacar y dificultar? la “difícil” esa que también encaja con fuerza y se encastra hasta la médula. Como una fiel compañera se une para formar las desagradables frases: una “difícil convivencia” que generalmente lo acompaña el “después”, si “después de una difícil convivencia” él se marchó, ella murió. No soportó esa difícil convivencia y lo abandonó.
La rapidez con la que cambiamos el sentido de la palabra, al pronunciarla se nos vuelve agria la boca.
Pero queda bien, se ajusta a ser injusta. Como si fuéramos nosotros los encargados de cambiarle el significado, abruptamente podemos transformarla en algo espantoso. Donde no hay amor, ni emociones mucho menos comprensión. Nosotros como artesanos podemos moldearlo todo y trabajar para derribarlo.
Acabar con la convivencia, enterrarla, desterrarla.
Lo hacemos, pero no sabemos que lo hacemos. Entonces tranquilos,la mayoría no somos conscientes de eso.
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