jueves, 9 de noviembre de 2017

Una noche con Sabina

Hace un tiempo, si alguno de vosotros imaginaba pasar una noche con Sabina, seguramente sonreía de solo pensar todo lo que podía ocurrir.
Este poeta, con sus canciones nos llevaba a dibujar ese momento: un buen vino, una charla por más interesante y luego lo que la oscuridad de nuestros deseos nos ofreciera.
Pero ¡ya! ¡Basta! que no ha sucedido, despierta fanático de Sabina y conformate con haberlo visto, una noche en Mendoza presentando su disco "Lo Niego todo"
Nos has pasado el tiempo, no se si le tienen permitido una copa de vino, la charla interesante se mantendría y los oscuros deseos, tampoco eso...
Y como acabaremos... negándolo todo, seremos incorrectos. Que más está decir, que el encuentro con Sabina se produce y pasaremos la noche cantando, juntos, sus canciones nosotros, más que él
Pero el maestro no lo hizo solo, acompañado de una gran banda, de las que se confiesa orgulloso, preparó especialmente cada momento, para contarnos quienes son, los que vienen con él. Aceptamos condiciones y dejamos que así sea. Entonces, unos minutos apenas de comenzar, fueron suficientes para que sonaran algunos temas del disco nuevo. Y luego, si, echar a andar las letras que siempre nos conquistaron. Como todo caballero, cumplió nuestros deseos y nos sedujo con los versos más aprendidos, y dejamos las dolencias, las vuestras y las propias, a un costado, aunque sea por un rato.
Un repertorio elegido con cuidado, tratando que no se escape ningún detalle, y así conformarnos con lo pactado. A nosotros,(pocos para una noche sabinera) y a él nos llegó la despedida, la que tal vez no buscamos pero fue inevitable. Nos dijo gracias Mendoza y ojalá que volvamos a vernos.
Con la emoción de haberlo hecho, lo aplaudimos, eligiendo esa imagen como postal de una noche con Sabina. Una noche que no sentimos como la última pero si, que fue única.

Atrapado en México

Se entusiasmó con la invitación a ese viaje, hacía mucho tiempo que no sentía esa sensación, y también que no viajaba. No supo bien por qué, pero tuvo la certeza desde el primer momento que sería distinto. Ya con el boleto de avión en mano y escuchando el anuncio del vuelo 2010 con destino a México, todo fue especial. Unos días solo lo ponían en alerta; a pesar que le gustaba la soledad, últimamente no la pasaba bien, no podía parar de buscar respuestas a preguntas que jamás se hizo y ahora estaban en todo momento. Pero supo arreglárselas -como siempre lo hizo- solo. No pedía ayuda, no le gustaba la gente ni la gente gustaba de él. Tipo raro, complicado, un poco loco, enfermo, un antisocial: esos eran algunos de los calificativos que, pocos pero fieles amigos, le habían hecho llegar sobre que se decía de él. No le importaba. En realidad nunca le importó y nunca se esforzó para intentar por lo menos parecer agradable. “Un auténtico psicópata, que no era feliz con su vida” dijo una mujer furiosa, un día, mientras él reía. “Ya está”, pensó, mientras miraba desde la ventana del hotel. Este viaje cambiaría muchas cosas, se lo había propuesto, casi una promesa, entonces volvería a casa y todo cambiaría. Por primera vez se preguntaba si era feliz, y eso lo hizo temblar, también y desde la mañana temprano (apenas llegó al hotel) recordó -sin entender bien- tramos de su infancia. Esa no era la idea de este viaje, por más que era de trabajo, quiso, sacar otros beneficios a la estadía. Medio siglo de vida, tal vez, le hacían suponer que lo que no había hecho hasta ahora lo podía comenzar a hacer. Trató de comunicarse con su familia y fue imposible: no había señal. Un poco se enfadó porque había pedido especialmente, por su trabajo, tener wi fi y teléfono disponible. Esperó que lo llamaran hasta que comenzó a inquietarse. Era demasiado intenso el silencio que respiraba. En su país había dejado mucha gente que debería ya estar llamando. Aunque a él no le importaba sabía que a esa gente si: empleados de la empresa, hijos, esposa, novia... Pero nada. Y no era el mejor cuando se ponía nervioso. Procuraba siempre que fuese a solas (si era despreciable para la mayoría, enojado me odiarían más, se dijo en voz alta). Esta vez los sentimientos eran distintos, mezclados con algo de miedo. Desde que aterrizó en suelo mexicano la respiración no fue la misma. Comenzó a sentir palpitaciones… para cualquier mortal podía ser emoción pero para él no, por lo menos eso creyó. No sabía distinguir como era. “¡Bueno basta!” gritó. “Alguien me está jugando un mal chiste, no puedo comunicarme con nadie, ni siquiera la gente del hotel me atiende” se dijo. Caminó por toda la habitación, corrió las cortinas, solo vio un cielo azul. La hora tal vez o el cansancio no le permitieron ver nada más. Se sentó derrumbado a los pies de la cama, se aflojó los zapatos y el cuello de la camisa. “Tengo que tranquilizarme y esperar tener señal”, se consoló. Encendió el televisor para distraerse y lo que vio lo dejó paralizado. En todos los canales se transmitía una misma noticia: una de las mayores tragedias aéreas había ocurrido. Un avión explotó en el aire minutos antes de aterrizar, no había sobrevivientes. Buscó en la pantalla más información. Se estrelló el vuelo 2010 con destino ciudad de México. Y fue allí, que entendió todo.