Vivo en una cuadra donde no hay buenos vecinos. A veces pienso que -seguramente- a muchos en el planeta les pasa de no tener gente agradable a su alrededor. Pero a mí me tocaron todos juntos. Tal vez sea una señal de algo que en esta vecindad deberé pagar. Por supuesto, y acorde con estos tiempos, no hay relación con ninguno. Entramos y salimos de casa con el tiempo suficiente que sirve para reconocerse entre todos y saber así que no son extraños merodeando la cuadra. Con algunos, un “¡Hola!, ¿qué tal?” hace la distancia más corta. Claro que ninguno espera, porque no interesa la respuesta.
Pero no es conmigo el problema. Es la forma en la que se muestran lo que los hace parecer un poco… raros. Gestos y actitudes que nos hacen pensar que mientras más lejos, mejor.
Por ejemplo: está Raquel, quien tiene la tremenda manía de lavar la vereda, la calle y todo lo que se encuentre a su alcance con toda el agua que a Mendoza le falta. Como si sus ancestros fueran de las mismas entrañas de las Cataratas, esta hija del barrio les hace honor inundando el lugar como si esto no fuese un desierto. Pero va por más: desafiando las leyes que reglamentan horarios, posee el talento de hacer semejante fechoría en la franja durante la cual evidentemente no se debe hacer.
También vive por acá Andresito, notoriamente de baja estatura, pero con una ganas de enfrentar a todo el que se le plante que realmente asusta. Andresito es matón y hace siempre mucho ruido; le gusta hablar a los gritos y si hay mujeres, mejor. Siempre busca pelea. En la cuadra nadie lo quiere y todos le temen.
Luego viene la Beba, divina mujer, tranquila, amable; vive sola y no molesta a nadie. Tiene su casa siempre en orden, solo que a la Beba se le olvidó un pequeño detalle: el de poner en la puerta de su casa, como hace casi toda la humanidad en esta tierra, un basurero o basurín. Entonces, como no cuenta con uno, ¿qué hace la Beba? Pues bien, traslada la basura (que consta de varias bolsas chiquititas) al basurero de la siguiente casa y, como una sinergia con la que riega, la Beba saca la basura a cualquier hora, menos a las 9 de la noche. Su casa está libre de basura ¿y la mía?... ¡Ella vive al lado de mi casa!
Por último -aunque quedan más vecinos, pero se termina este espacio- está Oscar, sujeto que tiene la brutal obsesión de barrer, siendo el otoño su temporada fuerte, y a las 2 de la mañana -sí, ¡2 de la mañana- la cuadra completa. Al terminar pone las hojas en cajas y las ubica en la mismita bicisenda, de tal forma que venga un ciclista desprevenido y termine con la ñata contra el piso.
Acá finalizo el horario de protección al vecino. Me hubiese gustado fantasear un poco, pero en realidad esos son algunos de los míos.
Sí, ya sé… te dieron ganas de ir corriendo y abrazar al tuyo. Hazlo, que siempre los hay. Y peores.
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