- Escúchame bien, “Si estás elegante no estás cómoda”, no te olvides nunca de esto. Decía mi hermana la mañana que decidí comprar unas botas.
- Bueno, pero prefiero estar cómoda y no tan elegante. Le insistía, mientras entrabamos a la zapatería
-Eso no es posible. Ahí viene la vendedora. Le vamos a pedir unas botas bien altas porque esos zapatos que usas no dan más
-Ok voy a seguir tu consejo.
-Hola buenos días, que están buscando?
-Ehhh mi hermana… no mejor dicho, yo quiero unas botasss… no sé algo ¿lindo? pregunté nerviosa, como si alguien me estuviese tomando examen
-Necesita unas botas con un buen taco, bien elegante, que parezca una mujer que pisa fuerte, que digan ¡acá viene: esa es! Sentenció mi hermana, que a esas alturas parecía mi madre
-Entiendo, dijo un poco confundida la vendedora, te muestro varios modelos y vos elegís
Y así elegí unas botas que a mi hermana le encantaron. Todas de cuero, negras, altas y con un “buen taco” por supuesto.
Ese día no me animé a usarlas, me las probé, en un improvisado desfile donde mi hermanita junto a mamá susurraban frases como
- Y sí, ahora sí, es otra cosa…
-Que hermosas le quedan! y ella que no quiere usar nada de esto.
Luego las guardé, prometiendo usarla lo antes posible. Siempre y cuando fuese un momento especial, donde brillar con altura toda mi distinción.
Estaba segura que no asumiría tanta elegancia, las usé un par de veces. Las guardé en el placard, donde mi cobardía, impidió volver a sacarlas.
Nunca más pasó nada especial para que mostrara las botas.
Cuando visitaba a mi madre o mi hermana me preguntaban
¿Y..? ¿Qué pasó con las botas que no te las vimos más?
No… si las uso, es que son tan lindas y finas que no me las voy a poner para venir acá?
Cuando sacaba otros zapatos, aparecerían como recordándome que ahí estaban, pero yo… nada. Indiferente, a su elegancia, a su brillo, a su… taco.
Ha pasado largo tiempo y ahora están delante de mí, vienen del zapatero, es su tercer cambio. Primero fue el taco, era muy delgado y la culpa la tenía esa chatura que hacía tambalear cualquier momento.
Lo cambié por un taco gordo, seguro, fuerte. Pero no fue suficiente, ya que había crecido de ancho pero seguía alto, muy alto.
Mis botas y yo compartimos la última oportunidad: Y es que le pedí al zapatero bajarlas un poco. Unos centímetros menos de elegancia. Este es el final, porque llevo invertido varios pesos en sus mutaciones. Y no sé si podré seguir.
Quiero usarlas, subirme a ellas, caminar fuerte, segura y en un momento especial, llamar a mi hermana, para contarle que la elegancia debilitó mi economía y que me haría sentir muy cómoda regalarle mis botas.
1 comentario:
Yo no tengo tobillo... mi pierna y mi pie se conectan directamente. Los tacos altos fueron la salvación para que mi pie pareciera un poco menos una empanada de humita. Me acostumbré por lo bien que se ven, pero reconozco que son una tortura...
Hay que usar lo que una se sienta más cómoda... el taco chino (alto) también se ve elegante y no sufrís tanto... probalo y tu hermana y vos contentas! :)
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