Siete de la mañana. Se prende la radio. Comienza un programa. La música te duerme más. ¿Porque nadie trata bien al que madruga? No ponen buena música. Nada de eso. 7:12. El primer pronóstico que escucho; no, mentira, nunca lo escucho. Sigo, sueño, duermo. 7:25. No puedo más: tengo que hacerlo. Me levanto. 7:38. Dejo la radio. Voy a la cocina. Pongo el agua. Preparo el desayuno. 7:45. No tengo radio, en la cocina no. Prendo la tele. 7:48. Lo saludan, él ríe, ella también ríe. Su risa no es “televisiva”. La risa de la mujer suena a la de una bruja de los cuentos. Nunca imaginé una bruja tan temprano. No quiero que se ría más. Hace mal. Hace daño.
Aparece su voz. Él no está ahí. No puedo verlo. Puedo sentirlo. Es algo físico. Es impotencia. No, ya lo sé, es impunidad. Siento que es impune lo que hace. Lo escucho. Trato de darle y darme una oportunidad. Una más. Un día más. Pero se dificulta. Comienza su función. Está lejos. Me dice que hoy va hacer frío. Comenta lo que ve por una computadora. Ve mi cielo. Está nublado. No se ve la montaña. Ha nevado. No puedo más. Corro la cortina. Veo el cielo. Se está despejando. Salgo a la calle. Veo la montaña. Es cierto. Ha nevado. ¿Cómo creerle? ¿Para qué creerle? Si yo siento el frío. Él no. Si veo la montaña. El no. Si a la tarde hace calor. Lo sabré. Él no.
Se vuelve interminable. Los minutos no pasan más. Sigue la función. Tiene cómplices. La gente. Algunos piden que lo salude. Sonrío. Es raro. Alguien lo está disfrutando. Alguien sonríe pero de felicidad. Hoy, él le dedicó el pronóstico del tiempo a alguien. Es demasiado. Dedicar el pronóstico. Con nombre y apellido. El saludo se hace más fuerte si hay un cumpleaños. Vuelvo a sonreír. Pienso en escribir. Pienso en desquitarme. Con una masa. Es violento. No soy así. Ya sé lo que tengo que hacer. Tengo que decir su nombre. Me cuesta. Pero aunque sea una vez. Darle nombre a lo que pasa. Pensar que hay un responsable. Y es él. Es Pedro.
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