jueves, 20 de julio de 2023

El Cascote, la prima y una amiga que nunca se olvida





No sé por dónde apareció; en realidad, la veía venir -literalmente- porque la esperaba en una calle ancha en la que terminaban las principales del barrio. Era una calle despojada de casas lo que la convertía en una vía principal, siendo el camino de entrada y, sobre todo, de salida de ahí.

En una esquina la esperaba todos los días para caminar algo más de 20 cuadras hasta el colegio. Ahora, pensándolo bien, solo eran dos momentos en los que nos juntábamos: el viaje de ida y el de vuelta del colegio, que eran nuestros momentos para charlar.

Una vez que entrábamos a la escuela, cada una se iba al grupo de amigas sin despedirse y a la división del primer año que le había tocado.

Compartíamos la misma zona pero nada más; las dos veníamos de aquel lado de la ciudad al centro, a uno de los mejores colegios de San Rafael: el Normal.

Sí, fue en la preparatoria para rendir el ingreso cuando la conocí; ahora lo recuerdo bien. Fuimos a rendir, nos vimos en la lista y decidimos unir nuestros miedos para enfrentar ese gran edificio de cemento y todo lo que tenía adentro.

Con trece años asomábamos con muchas ganas de vivir y de salir al nuevo mundo. Ella parecía un poco mayor pero nunca supe la edad exacta. Era grandota, con el guardapolvo blanco hasta las rodillas, medias azules y abrazando la carpeta que todavía no nos pedían; quiso -sin consensuarlo- ocupar un lugar de protección con una incipiente cobarde de grandes ojos que era yo.

Con el transcurrir de los viajes nos íbamos conociendo un poco más. Era lindo verla venir y caminar con ella hasta la escuela. Una gran amiga que el inicio de la adolescencia me había regalado así, nomás, como una promoción por ser la primera vez que compraba.

Tal vez fue pronto pero me enamoré fuertemente de un chico de cuarto año llamado Guillermo, un nombre que me lo recordó una amiga hace unos días. Igualmente le busqué rápidamente un apodo para poder hablar de él sin problemas, y "Cascote" lo graficaba bastante bien. Con mi inocencia recién estrenada podía, de todas formas, ver que el chico en cuestión era "medio aparato", un pedazo de algo que no estaba terminado. Alto y encorvado por la timidez, hacía que la mirada y la sonrisa se buscaran.

Era solo un cascote pero mi idilio era tanto que empecé a compartirlo con todas las personas que quería y Roxana, mi compañera de camino a la escuela, fue la primera. La vida no podía encajar tan perfectamente porque a las largas horas de hablar solo de él y que Roxana escuchaba, un buen día se sumó a semejante alegría, la felicidad completa.

Resulta que una prima del Cascote, muy amiga de Roxana, vivía en el barrio. Una tarde, mi amiga pudo conocer al chico en cuestión y a partir de ahí estableció con él una amistad sorprendente.

Desde ese momento y por varios meses, Roxana solo se dedicaba a contarme las conversaciones con todos los detalles que tenía cada tarde con la prima y el Cascote.

Mi vida cambió rotundamente; si en algún momento pensé en cambiar el recorrido o ir con otras amigas al colegio, éste no era el momento. Esperaba ansiosa cada mañana a mi compañera para ver qué novedad me traía de la tarde anterior. Lo que debía hacer yo en los recreos, lo miraba y él, en la tarde de ese día, lo comentaba. La rueda era mágica: un gesto, una palabra, y solo debía esperar que él en la tarde agregara algo, y al otro día, bien temprano, Roxana -desafiando el frío- me lo contaba.

Era perfecto para mí algo así, porque no tenía que ir al frente y que el corazón me explotara solo de pensar que me podía hablar. No quería eso, me conformaba con las historias de la prima, el Cascote y mi amiga.

Cierta vez Roxana faltó; no pudo ir al colegio por varios días y me desesperé. La historia no podía cortarse en lo mejor. No existía la pausa, a esa edad no. Fui a su casa un par de veces pero no logré verla. Su madre me contó que estaba enferma y que no podía ver a nadie. A mí no me importaba su salud, yo solo quería que me siguiera contando lo que vivía cada tarde con el chico que me gustaba.

No quiso hablar más conmigo, pasó el tiempo y volvió a la escuela, pero nunca más nos volvimos a hablar. Yo había empezado a ir en colectivo y tenía amigas. Ella siempre sola y, al año siguiente, se cambió de colegio y de barrio. Nunca más la volví a ver y nunca le pude decir que al poco tiempo de dejar de vernos descubrí que no había prima, que nunca conoció al Cascote y que las historias inventadas cada día hicieron que la recuerde como una de las primeras mentirosas que conocí en mi vida.

Después vinieron más pero, gracias a ella, estaba preparada.

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