martes, 19 de julio de 2022

Ni niños ni perros

 Concurso de relatos #HistoriadeAnimales



¿Pueden creer que casi toda mi vida repetía esta frase en cualquier lugar? Sí, y con una certeza que solo una buena dosis de ignorancia nos puede dar. “Ni niños ni perros” como un mandamiento sin creencias, una regla sin excepciones.

¡Y no sé a qué atribuirlo! Tal vez fue que en toda mi infancia no tuve mascotas; y tuve una madre dura ante esa idea; y un padre ausente sin quererlo; y un puñado de hermanos creciendo a la fuerza en una casa que no era la nuestra y una siesta sin muñecas.   

Solo tengo el recuerdo, muy ligero- por cierto- de un perro de nombre Copito. Creo que mantengo vivo el recuerdo por lo graciosos del nombre. Copito -de tanto vivir en la calle- un día no volvió.

Y crecí teniendo más miedo que cariño a los perros. Cruzaba de calle si veía alguno suelto. Me paralizaba si al llegar a una casa se me acercaban antes que al dueño. “No hace nada, tranquila” me decían. Ya lo sé, pero creo que el mundo es mejor sin niños ni perros.  

Qué manera de decir estupideces en la vida. Por suerte, en los últimos tiempos, fue tan grande el cambio que no me reconozco y hasta niego que dije eso.

¿Tiempos pandémicos? Puede ser

¿Que ya los niños crecieron? Seguramente.

Algo nos pasó en casa: la vida, la rutina, el matrimonio o ¡el silencio! Entonces, un día adoptamos a un callejero. Así llegó Vitto; si, un perro.

Vitto con V de vida. De una vida que nos inyectó con tal energía como vacuna esperada, luego de un incipiente remanso.

Fue tanto lo que nos provocó que sacó lo mejor de cada integrante de esta familia. No fuimos indiferentes a su presencia. Y de pronto (como si todo este tiempo nos fuimos preparando para poder usarlo) cada uno mostró lo mejor que tenía guardado. Así fue como el guardián de la casa comenzó a ser más guardián; el cachorro grande mostró su ternura, inventó juegos y buscó sonrisas guardadas hace tiempo; la cachorrita de la familia dejó ver su gran corazón y aprendió que las ganas y la paciencia sientan bien… Y yo, más madre y más humana, procuré en darle lo mejor que tenía: comida, ropa, casa y paseos.

Y así fue que recibimos a Vitto, con doble T, cuarenta días y para descubrir un mundo entero. Porque Vitto es el inicio de un día. En una mañana de otoño, es el sol que brilla. Es sentir en su mirada toda la inocencia perdida. Es rescatar la empatía y no olvidar la cortesía.

Es saber que alguien te espera. Es llegar a casa sin penas. Es una charla interminable con amigos. Es hablar del mismo tema sin pedirlo. Es sentir miedo a perderlo. Es un nuevo amor que será eterno.

Vitto es el que mejor nos cuida.

Es aprender de guaridas. Es comprender que solo se trata de agua y comida.

Es uno más de los nuestros y es no entender cuanto lo queremos.

Es el calor en los pies una tarde de invierno.

Es un paseo a la plaza para escapar de los ruidos molestos.

Es tan simple, es tan inmenso.

Es querer en silencio.

Es sentir que no estás solo y que todo está bien si hay niños y perros.

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