Concurso de relatos #HistoriadeAnimales
¿Pueden creer que casi toda mi vida repetía esta frase en cualquier lugar? Sí, y con una certeza que solo una buena dosis de ignorancia nos puede dar. “Ni niños ni perros” como un mandamiento sin creencias, una regla sin excepciones.
¡Y no sé a qué atribuirlo! Tal vez fue que en toda mi infancia
no tuve mascotas; y tuve una madre dura ante esa idea; y un padre ausente sin
quererlo; y un puñado de hermanos creciendo a la fuerza en una casa que no era
la nuestra y una siesta sin muñecas.
Solo tengo el recuerdo, muy ligero- por cierto- de un perro
de nombre Copito. Creo que mantengo vivo el recuerdo por lo graciosos del
nombre. Copito -de tanto vivir en la calle- un día no volvió.
Y crecí teniendo más miedo que cariño a los perros. Cruzaba de
calle si veía alguno suelto. Me paralizaba si al llegar a una casa se me
acercaban antes que al dueño. “No hace nada, tranquila” me decían. Ya lo sé,
pero creo que el mundo es mejor sin niños ni perros.
Qué manera de decir estupideces en la vida. Por suerte, en
los últimos tiempos, fue tan grande el cambio que no me reconozco y hasta niego
que dije eso.
¿Tiempos pandémicos? Puede ser
¿Que ya los niños crecieron? Seguramente.
Algo nos pasó en casa: la vida, la rutina, el matrimonio o
¡el silencio! Entonces, un día adoptamos a un callejero. Así llegó Vitto; si, un
perro.
Vitto con V de vida. De una vida que nos inyectó con tal
energía como vacuna esperada, luego de un incipiente remanso.
Fue tanto lo que nos provocó que sacó lo mejor de cada integrante
de esta familia. No fuimos indiferentes a su presencia. Y de pronto (como si
todo este tiempo nos fuimos preparando para poder usarlo) cada uno mostró lo
mejor que tenía guardado. Así fue como el guardián de la casa comenzó a ser más
guardián; el cachorro grande mostró su ternura, inventó juegos y buscó sonrisas
guardadas hace tiempo; la cachorrita de la familia dejó ver su gran corazón y
aprendió que las ganas y la paciencia sientan bien… Y yo, más madre y más
humana, procuré en darle lo mejor que tenía: comida, ropa, casa y paseos.
Y así fue que recibimos a Vitto, con doble T, cuarenta días
y para descubrir un mundo entero. Porque Vitto es el inicio de un día. En una
mañana de otoño, es el sol que brilla. Es sentir en su mirada toda la inocencia
perdida. Es rescatar la empatía y no olvidar la cortesía.
Es saber que alguien te espera. Es llegar a casa sin penas. Es
una charla interminable con amigos. Es hablar del mismo tema sin pedirlo. Es
sentir miedo a perderlo. Es un nuevo amor que será eterno.
Vitto es el que mejor nos cuida.
Es aprender de guaridas. Es comprender que solo se trata de
agua y comida.
Es uno más de los nuestros y es no entender cuanto lo
queremos.
Es el calor en los pies una tarde de invierno.
Es un paseo a la plaza para escapar de los ruidos molestos.
Es tan simple, es tan inmenso.
Es querer en silencio.
Es sentir que no estás solo y que todo está bien si hay
niños y perros.