¿Hay algo peor que ir al dentista? Si, que sea mujer y se dedique a los niños.
Cuando me di cuenta ya era demasiado tarde…
Sentada en ese maldito sillón atada sin estarlo, con la luz cegándome por completo, me hizo abrir la boca. Recién ahí, con todo el escenario preparado comenzó el interrogatorio.
Porque es justamente en ese momento cuando empiezan a preguntar sobre tu salud bucal.
Entonces mirando a mi alrededor entre guardas con patitos y dibujos de otros pacientes que no se que fue de sus vidas, la dueña de la situación hace las preguntas.
-¿hace mucho que no te tratás las muelitas?
- hi, bag majo meno
-a ver mi amorcito, acá hay “cariecitas” voy a tener que arreglar, ¿sabe mivida?
-ahaghh
Mi amorcito, muelitas… comienzan a ponerme nerviosa, para relajarme trato de entregarme a un juego imaginario, y poder pasar ese momento lo más rápido posible.
Pienso que tengo ocho años, que mamá está esperando afuera y me dará un premio por portarme bien con esta buena señora. Sonrió porque seguramente la doctora de los dientes después de ponerme “el agüita dormilona” me regalará un globo hecho de su guante.
Dura poco esa regresión mental, la profesional de los niños, interrumpe su dulzura y asegura que soy fumadora!
-Bueno una limpieza también tendremos que hacer. ¿Sabe, mi tesorito?
A estas alturas ya no le contesto, no me prendo más en el juego, solo quiero salir de esa sala extraña pronto a la calle, que a pesar de ser Mendoza, creo firmemente estar a salvo allá afuera.
No sé como caí en sus manos, pero quiere que la vuelva a ver, casi no puedo contestarle. Me atontó demasiado con la anestesia, puso como para que tenga y pasará varios días hasta que vuelva sentir mis labios, cierro la boca para dejar de balbucear y apretando una gasa me escapo de la tortura que acabo de vivir.
No fueron sus herramientas, ni su sillón ni la luz acusadora lo que me dio miedo. Fueron sus palabras, la forma de tratarme, los dibujos colgados en la pared, las guardas con los patitos, el olor a frutilla mezclado con antiséptico y la letanía obligada de enseñarme a lavar mis dientes, dedicándole la módica suma de diez minutos tres veces al día.
Su forma de actuar fue tan natural que me provocó más angustia, no daba para decirle que ya soy una mujer adulta que no puede explicar como cuernos terminó sentada allí.
No quería ofenderla, a los mayores hay que respetarlos.
3 comentarios:
Tamoici es para tanto, siempre veis lo malo.
Bueno... no siempre veo lo malo!
Uhhhh, seguimos de mal a "pior".
Yo tengo una con buena mano, pero hay odontólogos.....
Volví a uno de grande.....Si, aunque no lo crea.
De niño mi mamà me llevaba a uno que no lo quiero nombrar pero era el "carnicero de Godoy Cruz"
Mire como sería, que una vez contando esto, un señor me dice.."es mi tío y no nos cobraba, mi mamá prefería pagar...."
Le dejo un saludo y la corto acá porque ya estoy oyendo el sumbido del torno......
elniñoasustao
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